La vida dañada

Marco A. Rodríguez Valadez

Tuesday, March 28, 2006

239.

También oigo voces. Es precisamente el comercio que mantengo con las voces lo que me ha impedido convertirme en un animal, pues estoy convencida de que si esas voces no me hablasen hace ya mucho tiempo que habría abandonado todo empeño por hablar y me habría puesto a aullar, a eructar, a chillar. El marino, en al isla desierta, habla así a sus animales: "¡Polly, bonito!", le dice al loro. "¡Atrápalo", le dice al perro. Pero siente en todo momento que sus labios se endurecen, que la lengua se le espesa, que la laringe es cada vez más áspera. "¡Guau!", dice el perro. "Ca-ca-ca-ca", dice el loro. Y pronto, muy pronto, el marino salta a cuatro patas, mata a las cabras de la isla a golpes que les propina con fémures, comiéndose la carne cruda: no es el habla lo que convierte en hombre al hombre, sino el habla de los otros.



Coetzee, J.M. En medio de ninguna parte. (In the Heart of the Country)

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