La vida dañada

Marco A. Rodríguez Valadez

Friday, March 24, 2006

Resentimiento

12. Hubo un tiempo en que imaginé que si hablase largo y tendido terminaría por revelárseme qué significado tiene el ser una solterona colérica, enclavada en medio de ninguna parte. Pero por mucho que olfateé cada anécdota como ventea el perro su presa, no doy con esa embriagadora expansión que me transportaría al dominio de lo hipotético, esa expansión que define el inicio de una verdadera doble vida. Ansiosa por dar forma a las palabras que me traduzcan al reino del mito y del héroe, aquí sigo, sigo siendo la misma, la desaliñada mujer que siempre he sido, envuelta por el tedioso calor de un verano que no llega a trascenderse. ¿De qué carezco? Lloro y hago rechinar los dientes. ¿No será sino mera pasión? ¿Es meramente una visión de una segunda existencia, una existencia suficientemente apasionada para transportarme de la mundanidad del ser a la duplicidad de la significación? ¿Acaso no me tiembla cada poro de la piel por la pasión de lo vejatorio? ¿O es que a mi pasión le falta un punto de voluntad? ¿Seré acaso una solterona iracunda, pero al fin y al cabo complaciente y campestre, envuelta por los brazos de todas mis furias? El relato de mi rabia y su fatal secuela: ¿voy a subir a este vehículo, voy a cerrar los ojos y dejarme llevar por la corriente, por los rápidos y las aguas traicioneras, hasta despertar refrescada en la mansedumbre del estuario? ¿Qué automatismo es este, qué liberación habrá que proporcionarme? Sin liberación posible, ¿qué sentido puede tener mi relato? ¿Siendo de veras la riqueza del ultraje que supone mi destino de solterona? ¿Quién se esconde tras mi opresión? Tú y tú, digo al tiempo que remueve las ascuas, al tiempo que apuñalo a mi padre y a mi madrastra. Entonces, ¿por qué no me habré escapado de ellos? Mientras exista otro lugar en el que pueda vivir, también a mí me señalan los dedos celestiales. O tal vez esté –aunque hasta la fecha no lo haya sabido, aunque, ay, por fin lo sepa, y lo sepa bien- reservada a un destino más complejo: ser crucificada cabeza abajo a manera de aviso para todos aquellos que amen y atesoren lo cólera que les mantenga y carezcan de la visión suficiente para referir otro relato. En cuyo caso, ¿qué otro relato puede quedarme? ¿Casarme con el hijo segundón del vecino? No soy una campesina feliz. Soy una miserable virgen negra y mi relato es mi relato, por más que no sea estúpida, sombría, ciega, negra historia, ignorante de su propio sentido y de todas sus hipotéticas, felices variantes. Yo soy la que soy. El carácter es el destino. La historia es Dios mismo. Resentimiento, puro resentimiento.


Coetzee, J. M. En medio de ninguna parte. (In the Heart of the Country)

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