La vida dañada

Marco A. Rodríguez Valadez

Friday, March 10, 2006

Desorientado II

En este país, en el cual los problemas se encuentran inconscientes, en el sentido de no traídos a conciencia como verdadera correspondencia con una posición política, en otro sentido, concientes en tanto son evidencia, ¿somos capaces de advertir en la evidencia de algún efecto lo que hay detrás?.

A diario, uno no puede dejar de ver algún limosnero, en el mejor de los casos adulto, pero más cotidianamente un niño, que se retrae a un estado desde el cual le es posible mostrar un rostro que no confronte la supuesta suficiencia, que implica su poder de dar, de aquel a quien pide. Él mismo esta conciente de que no hace falta que nos haga concientes de nada, acaso su esperanza se cifra en que coincida su pedir con un gesto de automática benevolencia de ese a quien se dirige de paso, entre cientos de rostros con los cuales no inetenta jamás se establecer un vinculo de caridad, mucho menos de exigencia moral.

En este enfrentamiento de máscaras, es necesario ser radicalmente orientales.Tal contienda es creación de una no menos radical modernidad, donde la imagen responde a un modelo en el cual los personajes han perdido el compromiso que se necesita para cumplirlo; al ver que es posible su parcialidad hipócrita, se limitan a actuar el papel con plena indiferencia. De este modo se renuncia a tensar el modelo, se oculta lo evidente tras el rostro moldeado en el eidos lógico de causalidades.

Para la existencia del pobre hay una perfecta explicación: en números, en capital, en estadísticas, en códigos que explican la perversión de la recreación que se ha hecho de lo ideal, sobre todo en la desgracia histórica de Latinoamérica.

Despojando a esa evidencia de las máscaras que la hacen apariencia (objetivaciones secundarias –inatendibles por ser ya sensibles- de cuestiones cifradas en códigos económicos), puede que encontremos, en cada particularidad, el verdadero gesto de un telos ya consumado: el gesto - expresión y no mueca- de dolor de aquel que se oculta tras nuestra lógica para que le respondamos. Ese telos no es el pensado en el modelo, no es el no presente, es el ya puesto ahí en frente; exige no ser regresado a sus causas, sino atendido desde sí, visto como perogrullo alarmante, y entendido desde lo que en él dura, en su contexto inmediato: hambre, pobreza, enfermedad, exclusión... negación.

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